Características de la psicopatía - Dr. Marietan



¿Estoy con un psicópata?
A lo largo de todos estos años en que he dedicado una buena parte de mis estudios y de mi práctica clínica a la psicopatía, una de las tantas preguntas que más insistentemente me formulan los allegados a un atípico es: doctor, ¿estoy con un psicópata? Esta inquietud también emana de los lectores de los artículos que he descrito, como ”Personalidades Psicopáticas”, de 1998, y por sobre todo ”El Psicópata y su Complementario” de 2000 (www.marietan.com). Por vía de correo electrónico, estimuladas por estos trabajos, personas de distintas regiones narran sus experiencias en la convivencia con atípicos para terminar rematando con la misma pregunta. De ahí que en esta introducción trataré de dar los criterios que permiten tipificar de acuerdo con mi criterio.

¿Qué es un psicópata?
Comenzaré con el concepto de qué entiendo por psicópata. El psicópata es una modalidad de ser humano infrecuente (los cálculos más aceptados rondan el 3% de la población), con características conductuales especiales tendientes a satisfacer necesidades distintas; y son precisamente estas necesidades distintas las que lo recortan de una manera particular del resto de la población. También estas necesidades son las responsables de dar a estas personas un tipo diferente de pensamiento y, más aún, una manera cualitativamente diferente de sentir. Este tipo de pensamiento y esta manera de sentir le dan un sello particular a su relación con los otros: el psicópata concibe a los otros, no en calidad de personas, de igual a igual, sino en calidad de elemento utilitario, de una cosa destinada a cumplimentar sus necesidades. A este proceso de desjerarquización de la persona lo denomino cosificación.
Y aquí tenemos los dos puntos distintivos en la descripción de un atípico: la presencia de necesidades distintas y un particular modo de relacionarse con los otros, la cosificación.

Cuando la empatía y la ética no alcanzan
Estos dos elementos básicos conforman un tipo de mentalidad, de psiquismo, que aleja al psicópata y lo hace inalcanzable a la comprensión de una mentalidad estándar, de un psiquismo común. Uno de los errores más frecuentes que he observado en los autores que intentan acercarse a la temática de la psicopatía es analizarlos aplicando la empatía, es decir, tratando de colocarse en el lugar del psicópata, identificarse virtualmente con el psicópata: una mente estándar tratando de digerir a una mente especial.
Otra fuente de error es anteponer lo emocional a lo racional, y lo ético a los hechos al analizar estas cuestiones. Muchas acciones de los psicópatas son afectivamente impactantes y provocan perturbaciones emocionales en la mente del observador, quien hará por está vía un análisis contaminado por elementos irracionales y por consiguiente, distorsionando; ejemplo de ello es señalar al psicópata, desde el inicio, como depósito de maldades.
En consonancia con este aspecto está la variable ética, que se embarca en realizar un análisis regido por el ´deber ser´ en lugar de realizar un análisis ´no prejuicioso´ de lo que es. Objetivamente, muchas acciones psicopáticas transgreden el deber ser, lo ético, y nuevamente caemos en el error inicial, ya que esta ética es válida para psiquis comunes, donde lo bueno y lo malo responden a convenciones comunitarias devenidas de necesidades ancestrales compartidas. El psicópata, conociendo la ética común, tiene su ética propia, su propia visión de qué es lo bueno y qué es lo malo, y obra en consecuencia.

No podemos inferir la mente de un psicópata
Transcurridos los primeros pasos nos encontramos con escollos insalvables: no podemos meternos en la mente de un psicópata, esto es, ´no podemos trabajar desde adentro´. Esta incomprensibilidad nos obliga a ser observadores del fenómeno psicopático, a verlo desde afuera y limitarnos a describirlo con el mero objetivo de acercarnos a un entendimiento de este fenómeno.
Para aquellos que están relacionados con un psicópata se produce el siguiente desbalance. El psicópata es una persona que incide profundamente en el psiquismo de su allegado, sin que éste pueda rozar apenas la comprensión del psiquismo del psicópata. Estos intentos vanos, erróneos, de interpretar la mente de un psicópata han llevado a la creación de mitos sobre la psicopatía que voy a tratar de deslindar.

La cosificación
Kant, desde lo moral, distinguía entre la cosa, desprovista de conciencia y entendida como un simple medio, y la persona, vista como un fin en sí misma y objeto de máximo respeto. Transcribo un párrafo de Fundamentación de la metafísica de las costumbres: ”Los seres cuya existencia descansa no en la voluntad sino en la naturaleza, son seres irracionales y tienen un valor relativo, como medios, y por ello se llaman cosas, en cambio los seres racionales se denominan personas, porque su naturaleza ya los distingue como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser lícitamente usado meramente como medio, y por lo tanto en la misma medida restringe todo arbitrio y es objeto de respeto”.
Digo, entonces, que cosificar a una persona es quitarle los atributos de persona y considerarla una cosa, un medio. La cosificación del otro le permite al psicópata tomar distancia afectiva, no involucrarse afectivamente y, en consecuencia, tener una ´visión fría´ sobre la psicología del otro. Una mente que razona despejada de lo afectivo sin duda calará más profundamente en la psiquis del otro y le permitirá conocerlo, captar sus necesidades, sus oscuros apetitos, con mayor precisión que alguien que analiza al otro como su igual. Este proceso de poder ´desarmar una psiquis para ver sus componentes´, como un técnico desarma un televisor o una computadora y relaciona con ´cero afectividad´ la armonización de sus componentes, le otorga un conocimiento finjo y preciso sobre la personalidad profunda del otro. Esta habilidad sin par no es un mecanismo consciente del psicópata, en el sentido de que no es alguien que se pone a pensar ”ahora voy a analizar a esta persona de tal manera”, sino que es un mecanismo automático, me atrevería a decir que intuitivo, y que la mayoría de los autores nomina como ´capacidad de captar las necesidades del otro´.

La manipulación, una cuestión entre dos
Esta característica es una de las génesis del éxito de la manipulación. En la manipulación uno de los integrantes entrega al otro parte de su libertad. Manipular, entonces, es usar a voluntad parte de la libertad del otro. El mecanismo por el cual el manipulado entrega su libertad está basado en la creencia de que está realizando sus propios objetivos o, al menos, objetivos comunes. Nadie hace lo que no quiere hacer a menos que haya una fuerza de coerción que lo obligue a realizar acciones. Muchas de las conductas del manipulado son resultado de un balance entre lo que recibirá y lo que dará; tal vez sea más claro decir entre lo que cree que recibirá y lo que dará. Puede estar esperanzado en conseguir beneficios externos del otro o internos, como bajar su nivel de ansiedad o de tensión. El manipulado de ninguna es un autómata, ni está confundido, ni está inhibido o bloqueado, como algunos autores sugieren; el manipulado obra a conciencia. Desde el afuera puede parecer que el manipulado está obrando por una suerte de hipnosis, pero no es más que otra distorsión en el análisis de la relación psicópata-complementario. Esto no quiere decir que se desvaloricen otras acciones psicopáticas en la relación con los otros. Así, los psicópatas ejercen un arte especial, la seducción, la fascinación y la coerción. Pero estas tres formas de incidir sobre el otro son iniciales, transcurrido el tiempo ya no podemos decir que la repetición de las conductas del allegado al psicópata se deba a estas tres formas de manipulación, sino que son el resultado de otros mecanismos psicológicos más relacionados con las apetencias del allegado. Esto es lo que en el artículo del año 98 he llamado ´el goce secreto del complementario´.

Las apetencias latentes
En la interacción entre estas dos psiquis se realizan apetencias latentes de ambos, de ahí que muchas personas comenten: ”con él me animé”, y esto dicho en el doble sentido del auto reproche por la osadía, por un lado, y de la satisfacción de la acción, por el otro.

La psicopatía es acción
La psicopatía, entonces, se muestra en la acción, tanto en el psicópata como en el allegado, en uno de manera innata y en el otro, a través de un estímulo. Así, el psicópata actúa sobre el complementario como un catalizador en el sentido químico del término. El catalizador es aquella sustancia que facilita una reacción que sin su presencia se realizaría muy lentamente o no se realizaría. Este despertar de apetencias latentes, este despliegue de acciones nuevas, este paladear satisfacciones novedosas crea una impronta en la psiquis del complementario y un antes y después en su historia vital. Es por eso que después de la relación con un psicópata la persona sufre un cambio cualitativo en su experiencia, que la modifica permanentemente y esto lo resume diciendo: ”después de la relación con él ya no soy la misma”.

El gusto por la adrenalina
Rápidamente se entiende que el aburrimiento, el hastío, no son componentes frecuentes de estas relaciones. Hay una base de tensión permanente en la relación y una descarga adrenérgica importante llevadas de distintas maneras de acuerdo con la idiosincrasia de cada persona. Éste es otro de los factores que hace que, concluida la relación con un psicópata, las posteriores relaciones parezcan sosas, aburridas e insustanciales, y produce en el complementario un particular dejo de nostalgia. Aclaremos rápidamente: lo que siente el complementario no es un mero sufrir, sino que es una amalgama de sufrimientos, placeres, rencores y amores. El complementario no es un ser pasivo, sereno y amador. El complementario es una cuerda tensa que tanto se descarga hacia lo placentero como hacia lo displacentero; hacia el dolor, la sumisión y la agresión; hacia la súplica y la tiranía y hacia otros movimientos afectivos que dependerán de la historicidad afectiva del complementario.

El disfraz de víctima
Como vemos, esto dista mucho de considerar al complementario como una víctima o sojuzgado por el psicópata, sino que es alguien que participa activamente en este particular sistema. De tal manera que aun en pleno sufrimiento, atiborrado de quejas, el alejamiento del psicópata le produce un desgarro de tal profundidad que los anteriores sufrimientos son meras migajas ante este hecho sustancial en su personalidad. Visto desde afuera, incluso analizado por el propio complementario desde fuera del sistema psicopático y utilizando su razonamiento, muchas de sus conductas, en función del psicópata, le parecen inadmisibles, incluso aberrantes. Es decir, su lógica no ignora la atipicidad de sus propias conductas mientras estaba con el psicópata; por eso decimos que el complementario no es un autómata ni un hipnotizado. Pero pasado ese barniz de razonamiento, y en presencia del psicópata, las conductas se vuelven a ajustar al circuito psicópata-complementario y las acciones son las mismas que han sido duramente criticadas en ese oasis de razonamiento al estar lejos del psicópata.

El contacto cero
Este rearmado del circuito psicopático con la sola presencia del psicópata es el fundamento terapéutico que llamé, en 1998, ´contacto cero´, donde la persona que se alejó de un psicópata no debe bajo ninguna circunstancia ni bajo ningún medio, contactarse nuevamente con él. De lo contrario, rearmará el circuito psicopático y todo el esfuerzo realizado por alejarse habrá sido en vano.

La marca profunda
Fíjense en la profundidad psicológica en que recala esta relación y cómo se diferencia de las relaciones neurótico-neurótico o normal-neurótico. En la relación de un neurótico con otro o un normal con otro, los integrantes sienten que están con un igual, con las diferencias propias de cada uno, pero que nunca escapan del rango de lo comprensible; con un psicópata el allegado siente que no está con un igual y eso lo hace rebelarse primeramente contra sí mismo y luego, inútilmente, contra el psicópata. El primer choque que tiene el complementario frente al psicópata es contra su propio orgullo, su propio sentido del valor. El complementario se da cuenta (y no puede evitarlo) de que el psicópata le patea los límites y se introduce en las áreas que el complementario considera propias de su dignidad y de su autoestima. Esto genera un primer período de perplejidad, en el sentido de ubicar la situación y ubicarse a sí mismo en esa situación. Ahora, esta intrusión que hace el psicópata, no es un fenómeno que se da groseramente, sino que es como un acto quirúrgico necesario para la relación entre ambos. Si la persona no permite este acto la relación no es posible, es decir, no puede ser complementario de un psicópata. Este doloroso proceso inicial es ejercido con maestría por el psicópata y es consentido por el complementario, desde luego, no concientemente.

Saldo negativo
Desde luego que todo es un balance y en esta relación las satisfacciones son más que los sufrimientos; cuando esta ecuación se invierte, a través del tiempo, cuando los sufrimientos superan las satisfacciones, el complementario está en condiciones, con ayuda externa o con una violenta mutilación psíquica, de separarse del psicópata. Antes de producirse este desbalance negativo no es posible la separación. Concluimos que cuando el psicópata deja de producirle satisfacciones al complementario, éste lo abandona.

Minusvalía
El psicópata considera al complementario como un objeto especializado en satisfacer sus necesidades. Por el mecanismo antedicho no lo considera como un igual, como una persona, y esto es captado por el complementario, que se desgasta en una lucha por recuperar su posición de persona en la mente del psicópata. Es decir, el psicópata mantiene sus características estables a lo largo de toda la relación, permanece igual a sí mismo, mientras que el complementario va generando distintas fantasías e ilusiones que compensan parcial y momentáneamente esa sensación de ser considerado una cosa.
No es que el psicópata necesite que el complementario disminuya su autoestima; no es que el psicópata utilice la descalificación para humillar al complementario ni que su accionar tenga el objetivo de disminuirlo, todas esas definiciones son racionalizaciones del complementario y son el contenido de las quejas en el discurso del complementario frente al terapeuta. La realidad es más dura aún: el psicópata desde el principio lo considera una cosa y así se mantiene, y no habrá acción alguna que realice el complementario que lo pueda recategorizar. Lamentablemente para el complementario, él ocupa una mínima parte en la cabeza del psicópata y estas fantasías de sentirse humillado, descalificado, etcétera, son recursos psicológicos del complementario para creer que es tenido en cuenta al menos en sentido negativo.

El psicópata se sigue a sí mismo
El psicópata sigue su plan, su proyecto de vida y sus intereses. Las concesiones que hace al complementario son simples inversiones para conseguir un objetivo mayor. El psicópata se sigue a sí mismo, y esto es independiente del resultado de su camino hacia el éxito, el fracaso o la autodestrucción.

La mentira
Otra herramienta de trabajo que utiliza el psicópata es la mentira. La mentira es el ocultamiento a sabiendas de la verdad. Esta herramienta es propia de todas las relaciones humanas, en mayor o menor porcentaje la gente miente. Hay mentiras que son socialmente admitidas, incluso convencionales, como el ocultar los sentimientos agresivos cuando expresarlos no es socialmente conveniente. Existe la mentira discursiva y conductual, existe la mentira por enunciación o por omisión. La mentira es considerada por cualquier persona como un acto incorrecto, como algo que no se debería hacer. Esta noción de ilegalidad se trasunta en la conducta del mentiroso a través de elementos paraverbales mínimos: pequeños gestos o posturas como tomar el lóbulo de la oreja, bajar la vista, cambiar el tono de voz, tocarse la nariz, mover los pies o las manos y, en el peor de los casos, sonrojarse. Cada individuo tiene su denunciador conductual que hace que la persona que lo conoce se dé cuenta de que está mintiendo. Aceptar un porcentaje de mentiras de poca monta, dejarlas pasar, es parte de la tolerancia humana.

El arte de mentir
El psicópata hace de la mentira un arte. No es una cuestión de mentir más o menos, es decir, no es un hecho cuantitativo; el mentir psicopático es cualitativamente diferente. La forma discursiva de armar la mentira y el comportamiento paraverbal que la acompaña es indistinguible, para el común, de un discurso verdadero. El psicópata miente relajadamente, puede mentir mirando a los ojos y manteniendo un tono armonioso en sus palabras. Esto hace que la mentira psicopática sea muy convicente. Si unimos esta característica a la seducción y a la captación intuitiva de las necesidades del otro nos damos cuenta de que es casi imposible sustraerse a la voluntad del psicópata. Su sentido de persuasión es muy alto y muchas veces, como lo hemos visto en políticos, supera lo individual y se hace masivo. El mentido siente en todo momento que está participando activamente de ese fenómeno aunque no sepa que es objeto de la mentira. Este hecho de entrega hacia la construcción de la mentira hace que al ser ésta descubierta, provoque en el mentido una gran descarga de agresividad tanto hacia el mentiroso como hacia sí mismo. produciendo un desvalor en su propia inteligencia. Por lo general, en aquellos casos en que la verdad es revelada, o el psicópata ya está lejos o bien su capacidad de persuasión vuelve a convencer a la persona que aporta lo suyo para ser convencida. Paradójicamente, una mentira bien armada produce, en ocasiones, cierto grado de admiración en el perjudicado, como en el caso de estafas diseñadas con mucho ingenio.

¿Qué no es un psicópata?
Una persona que se esfuerza en humillar a otra, que adquiere poder disminuyendo a la otra persona; alguien que compensa su sensación de inferioridad a través del otro y que sigue considerando al otro como un igual. Este mecanismo está más relacionado con la personalidad neurótica o normal, y está muy lejos del tipo de conducta psicopática.
Muchas personas suelen ser manipuladoras, mentirosas, crueles, pero estos ejercicios se mantienen dentro de un rango cuantitativo y siempre son empáticos en el sentido: ”yo, puesto en esas circunstancias, podría hacer lo mismo”. Este razonamiento es válido incluso ante situaciones extremas como homicidios, estafas u otros delitos. Esta empatía no ocurre nunca en los hechos psicopáticos.
Hay muchas conductas negativas que se producen en las parejas por desgaste, por desamor, por aburrimiento, que son erróneamente calificadas de psicopáticas. Mentiras, infidelidades, humillaciones, descuidos, desaprensiones, alejamientos generan en el que las sufre una fuerte reacción emocional que contamina su razonamiento y las hace ver como psicopáticas. Sin embargo, es fácil salir del error: el psicópata es un ser especial y aquel que convive a su lado vivencia esa diferencia. El neurótico es sólo uno como nosotros que puede hacer algunas maldades.

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